domingo, 31 de mayo de 2015

El fiscal general de Munich

He pasado unos días en los archivos de Dachau, leyendo cosas terribles, viendo fotos más terribles aún de prisioneros que decidieron y dispusieron de sus vidas, en un último intento de control de las mismas, tirándose contra las vallas electrificadas o ahorcándose de un lavabo (no había escaleras disponibles que aseguraran una muerte más rápida). Un lavabo.

Dachau, de alguna forma, iba en el programa político de Hitler. Los programas políticos mienten poco y el suyo era meridianamente claro. En pocas semanas y tras su subida al poder empezó a llenar el campo con contrapensantes a su ideario. Los prisioneros del 33 y 34 sufrieron de una crueldad tremenda y extrema, si es que hay escalas en la maldad humana, porque se trataban de enemigos del régimen con nombres y apellidos, con hechos concretos y el ensañamiento que se produjo con ellos estaba derivado del odio personal.


En medio de todo este horror en forma de fotos, filminas y papeles, en la última hora del último día me esperaba encima de la mesa una enorme carpeta: los informes de las investigaciones y juicios derivados que inició, en el propio año 33, el fiscal general de Munich. Este buen señor, encarnando la Justicia, así con mayúsculas, investigó, pidió informes, hizo declarar a los SS por el trato que se daba a los enemigos del nazismo, en su mayoría ideológicos (ya vendrían los odios raciales). Molestó mucho a las autoridades y a los muertos, sacándolos de sus entierros y volviéndolos a autopsiar.


Encontrar la luz en un túnel oscuro a través del valor de este hombre de firma breve y angulosa, de los policías y forenses y testigos que dijeron la verdad, en el terror descarnado de los campos de concentración y en el miedo a las represalias, me deja vislumbrar una esperanza.


Que cuando pienso este cuadro de Goya, me estremezco.




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