sábado, 20 de diciembre de 2014

Reflexiones de fin de año

Hace un año:
No tenía mucha ilusión por la misma fiesta familiar navideña de siempre.
Mi cabeza estaba en el viaje a la India. Otro más. Siempre la India en mi vida.
Estaban mis amigos, esos que me acompañan, a veces en la distancia, desde hace muchos años.
Tenía ilusiones y proyectos, ese proyecto existencial de dejar un mundo mejor a los que nos siguen.
Vibraba con una buena foto, o con la cámara en la mano. La imagen como lenguaje.
Tenía dos loros.
Buscaba a Dios.
Era feliz.

Hoy:
Tengo una ilusión tremenda por estas fiestas. Incluso he rescatado el Belén que mi abuela ponía conmigo todos los puentes de la Inmaculada y lo he puesto, con el sitio vacío del Niño, en su espera. Me apetece compartir cada momento con mi familia, hasta las disputas y fricciones, pasando por los regalos y las tardes sin hablar delante del fuego.
La India sigue estando en mi cabeza. Y por si se me olvida un compañero me regala, sin saberlo, un calendario solidario de Orissa.
Siguen los amigos. Los mismos. Y otros nuevos, que presiento que están también para quedarse. Tengo una maravillosa colección de ellos, que han estado este año tan complicado conmigo en todo momento. Sois increíbles.
Las ilusiones y proyectos siguen, pero ahora sin culparme de ser una idealista. He leído demasiados libros en estos meses de autores tan importantes que sentían lo mismo (ejemplo Semprún) como para sentirme mal por ello. Sigo creyendo en los mismos pilares.
La fotografía sigue siendo mi forma de expresión. Y el blanco y negro mi preferido.
Tengo un lorito que se está poniendo viejo. Antes era amarillo y desde hace unas semanas las plumas se le están volviendo verdes oscuras. Eligió vivir conmigo hace más de cinco años, lo encontré en mi terraza y entró conmigo a la casa. Se ha escapado dos veces y siempre ha vuelto. Me canta cada vez que me ve.
El otro loro se escapó. Para siempre. Tuvimos (en plural) que elegir entre enseñarle a volar o cortarle las alas. Elegimos educarle para ser independiente. Parece una metáfora e igual lo es. Pero de eso quizá os hable otro día.
Sigo buscando. ¿Tu ausencia tiene algún significado?

Soy feliz.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Figuras de Belén

Ese viernes del año estaba deseando volver a casa.
Mi madre y mi abuela colocaban unas tablas de madera sobre las que luego iría el corcho. Casi siempre lo distribuían de la misma forma con el castillo de Herodes en la esquina, para poder apoyarlo también en la pared y el portal en el extremo de la izquierda. Era muy importante que los grandes trozos de corcho quedaran bien sujetos, porque todas las figuras eran de barro. Lo más difícil era dar la inclinación justa a la rampa por la que bajaban los reyes magos y sus pajes.
Yo ayudaba en la parte más fácil. Cortar el papel albal para hacer el río, poner los patos de plástico y las ovejas y al final echar el serrín para tapar las bases de las figuras y de las palmeras y los cables de las luces.
Desenvolver las figuras también era tarea mía. En realidad era magia, era descubrir a un personaje conocido al que veía cada año: el señor de las gachas, los pastores de la adoración, el molinero, el pescador, la mujer de la zambomba. A veces alguno de ellos había perdido un brazo o una oreja la mula. Por eso ponía mucho cuidado al sacarlas del papel de periódico con noticias del año anterior. El niño Jesús era lo que más se nos rompía, y eso que una vez desenvuelto lo guardábamos en una taza con algodones hasta que llegara el momento de ponerlo en el portal: en la nochebuena, que es cuando nació, ni un día antes, acompañado de la familia cantando villancicos, tocando panderetas y rascando alguna botella de anís.
Hoy me he traído una pequeña parte de ese Belén, que tiene 60 años, el mismo que mi abuela, mi madre y yo pusimos juntas durante años y he sentido la misma ilusión al desenvolver las figuras y reencontrarme con los pastores, el ángel anunciador y la vendedora de frutas.

El niño ya está metido en su taza.