lunes, 25 de agosto de 2014

Tatuaje

Entraron juntos en el autobús que hacía la ruta desde Belgrado a Sarajevo. Era una pareja en esa edad en la que los movimientos y los pensamientos se enlentecen sin caer en la torpeza. Ella vestía de colores oscuros, falda, camisa, alta, de pómulos erguidos, cabello recogido y ojos negros. Llevaba una bolsa verde de supermercado, de esas cuadradas más grandes de lo normal, que la precedía en su camino. Con una mirada rápida recorrió el vehículo y decidió quedarse sentada en la primera fila, al lado del conductor. El era un hombre grande, de pelo canoso sobre rubio, ojos claros y grandes y cara sonrosada. Manos grandes. También llevaba una bolsa, de deporte, de las que son alargadas y pueden colgarse al hombro, que se ven como pasadas de moda. Al ver que no quedaban asientos libres al inicio, decidió ir hacia la parte de atrás.
Al pasar por mi lado, su camisa blanca de finas rayas azules me rozó. Una desazón me recorrió entera. Sentí un terror infantil y profundo. Estas cosas no me suceden nunca. Casi nunca. Por eso me dediqué a observarle cuando, tras no encontrar asientos libres en la parte trasera, se quedó de pie a un metro de mí.
Le recorrí entero: zapatos, pantalón, tobillos, piernas, cabeza, cuellos, manos. Nada que justificara mi miedo. El autobús frenó y el hombre se agarró al asiento más cercano mostrándome su antebrazo derecho. En él llevaba tatuado un escorpión en tinta negra que azuleaba.
Seguí sin entender.
Bajaron del autobús en una de las primeras paradas en Sarajevo, en una calle empinada de las colinas.
Dos días más tarde, en Srebrenica, leí ésto: “Los escorpiones eran grupos paramilitares serbios que ocultaban sus rostros con capuchas negras e incursionaban en aldeas de Bosnia o de Kosovo para saquear, torturar, violar y asesinar. Llevaban tatuado un escorpión en el pecho o en el brazo”



miércoles, 13 de agosto de 2014

Una vela en Sarajevo


Cuando las tropas cercaron Sarajevo, las cosas dejaron de tener la utilidad que solían antes del maldito asedio y se transformaron en algo, con forma parecida, que recordaban a aquello que un día fueron, pero que habían dejado de ser. 
A saber...
Los bidones y botellas de plástico que almacenaban gasolina en el garaje o bebidas de naranja y cola para los cumpleaños en la despensa, se hicieron recipientes para recoger el agua: uno no sabe todo el agua que necesita hasta que le falta. La fábrica de cerveza que ya no producía más, hacía salir de sus entrañas el agua que daba de beber a los sarajevitas. Los puentes de piedra ahora eran amasijos de hierros y cemento de los que se colgaban los habitantes para cruzar el río y poder conseguir el agua. 
Las latas que antes guardaban conservas, cocinaban las exiguas raciones de arroz que a duras penas los organismos internacionales hacían llegar. 
La moneda consistía en trueques de tomates o patatas, tabaco, algunos marcos alemanes que se guardaban para los imprevistos y besos sucios en la oscuridad de una alambrada. 
Los zapatos viejos, árboles y libros se convirtieron en brasas para cocinar o calentarse. 
Los estadios de fútbol y los parques de barrio acunaron en su tierra a los que morían a diario bajo las balas, las minas o los morteros. Los entierros se hicieron nocturnos, solitarios, silenciosos para no llamar la atención del asediador. Para que no encontrara nuevas víctimas en su mira. 
De las montañas salían los morteros y balas que destrozaban los cuerpos de aquellos que se aventuraban a ir comprar al mercado de verduras o a esperar en una eterna cola por una barra de pan. 
Los 2000 libros de la biblioteca se escaparon por el techo roto de cristal en forma de humo y papel quemado. 
Los vaqueros y zapatillas de deporte se convirtieron en el uniforme de los resistentes de la ciudad. Y un túnel que atravesaba la pista del aeropuerto, su esperanza. 
Podría seguir contando historias. Horas y horas. Para no cansar diré que...
Las velas no cambiaron de cometido: se guardaban para las ocasiones especiales. Si alguien resultaba herido, iba al hospital con una vela intacta, nueva, larga, atrapada entre los dedos como quien se aferra a la vida que se le escapa, para asegurarse que el cirujano tuviera una luz con que operarle. 

sábado, 9 de agosto de 2014

Belgrado

Tomar un café frente a un río al que han dedicado valses. 
Escuchar los violines desafinados de los gitanos. 
Vibrar con la vida que se derrama en los cafés. 
Comer sopa en agosto. 
Comprobar cómo el dictador reposa en su mausoleo rodeado de fuentes y flores. 
Atravesar el tiempo y revivir el esplendor de la ciudad en sus edificios copiados de Viena. 
Rezar en una iglesia ortodoxa inacabada, interrumpida por las guerras e iniciada por el rencor al turco. Rencor cimentado sobre el rencor del turco al cristiano.
Compartir un autobús lleno hasta los topes. 
Pasear por jardines y castillos con fosos y cañones. Ver un partido de baloncesto entre estos muros. 
Estremecerme con la visión de los edificios en ruinas a causa del último bombardeo de la OTAN hace apenas 15 años. 
Disfrutar de la tarde en un parque en el que un dálmata dormita junto a su dueña y unos niños juegan al fútbol sobre el verde. 
Sonreír al escuchar mi nombre en los labios de un sefardí de ojos del color del cielo de Belgrado. 






jueves, 7 de agosto de 2014

Dibujos de soldados

"Cinco guerras en los últimos cien años. Olvidar y perdonar. No queremos nada más".
El campo de concentración de Banjica está desierto. Ese pacto colectivo de olvido hace que el lugar de sufrimiento de intelectuales serbios, partisanos y un puñado de judíos y gitanos se encuentre dolorosamente vacío el único día de la semana que abre sus puertas. 
Los serbios llenan las terrazas, bares, parques y plazas. Visten ropas caras, se acicalan y cantan. Vivir, vivir desprisa, sin recordar. O, lo que es peor, rememorando sólo una parte. Cantar en voz alta, ahuyentando la memoria. Nadie es testigo? Nadie alza su voz por encima de los cantos vanos? "Oh, trae mala suerte. La muerte llama a la muerte, somos muy supersticiosos", me responden. 
Mientras el viento de la memoria no traiga la justicia y el perdón verdadero los hijos de los nietos de los guardias y verdugos de Banjica seguirán dibujando soldados.