lunes, 21 de julio de 2014

Una crema o algo más

Odio esta crema de Clarins que compré en enero en el aeropuerto de París, del cual saldría aquel avión que me llevaría hasta tu adiós. No puede haber una crema con mejor olor o textura y a mí me repugna. Procuro dármela rápido, a pequeños toques, con desgana, en la mañana o la noche, según me pille el ánimo, como un castigo.
Pero se ha convertido en el símbolo de mi resistencia, en la forma de demostrarme que soy fuerte para abrir el bote, mirar mis arrugas en el espejo y frotarme en la cara la crema que me huele a la traición. Aprieto los dientes, aguanto.
La crema está en un bote de cristal y uno de estos días va a acabarse. Y ya no tendré que oler el perfume con el que te extrañaba en el Marais de Paris, ni ver reflejados en el espejo mis ojos, estos, que te buscaban. Rebañaré los restos pegados en las paredes del frasco azul y me daré por última vez, antes de olvidarte, la maldita crema. Entonces, y con un punto de autosuficiencia, tiraré el bote vacío de crema, en el que irá tu recuerdo.